jueves, 3 de junio de 2010

Cantata al miedo. Claudio Rodríguez

Es el tiempo, es el miedo
los que más nos enseñan
nuestra miseria y nuestra riqueza.
Miedo encima de un cuerpo,
miedo a perderlo
el miedo boca a boca.
Miedo al ver esta tierra
vieja y rojiza, como tantas veces,
metiendo en ella el ritmo de mi vida,
desandando lo andado,
desde Logroño a Burgos. Para que no huya,
para que no descance y no me atreva
a declarar mi amor palpable, para
que ahora no huela
el estremecimiento, que es casi inocencia,
del humo de esas hogueras de otoño,
vienes tú. Miedo mío, amigo mío,
con tu boca cerrada,
con tus manos tan acariciadoras,
con tu modo de andar emocionado,
enamorado, como si te arrimaras
en vez de irte.
Quiero verte la cara,
con tu nariz lasciva,
y tu frente serena, sin arrugas,
agua rebelde y fría
y tus estrechos ojos muy negros y redondos,
como la gentes de estas tierras.
Pequeña de estatura, como todos los santos,
algo caído de hombros y menudo
de voz, de brazos cortos, infantiles, zurdo,
con traje a rayas, siempre muy de domingo,
de milagrosos gestos y de manos
de tamaño voraz.
Que importa tu figura
si estás conmigo ahora respirando, temblando
con el viento este.
Y es que en él hallaríamos el suspiro inocente,
el poderío de sensaciones,
la cosecha de la alegría, junto a la
del desaliento.
Es el miedo, es el miedo.
Ciego guiando a otro ciego.
Miedo que es el origen de la desconfianza,
de la maldad, pérdida de la fé.
Burla y almena. Sí, la peor cuña:
la de la misma madera. Mas también es arcilla
mejorando la tierra.
Coge este vaso de agua y en él lo sentirás
porque el agua da miedo al contemplarla,
sobre todo al beberla, tan secilla
y temerosa, y misteriosa, y nueva, siempre.
Toca este cuerpo de mujer, y
temblarás, al besarlo sobre todo,
porque el cuerpo da miedo al contemplarlo
y más aún si se le ama, por tan desconocido
y aún más si se entra en él y en él se oye
la disciplina de las estrellas,
ahí, en el sobaco sudoroso,
en los lunares centelleantes junto
al sexo.
Abre esa puerta, ciérrala;
ahí, en sus goznes, hallarás tu vida
que hoy es audacia y no,
como otras veces, cobardía ante
el estéril recuerdo y el olvido,
tan adulador.
Anda por esas calles
cuando está amaneciendo y cuando el viento
presagia lluvia, muy acompañado
de esta grisácea luz pobre de miembros
y que aún nos sobrecoge
y da profundidad a la respiración.
¿Nunca secará el sol
lo que siempre pusimos al aire:
nuestro miedo, nuestro pequeño amor?
Tan poderoso como la esperanza
o el recuerdo, es el miedo,
no sé si oscuro o luminoso, pero
nivelado, aplomado y remontando
nuestra vida.
Vamos, amigo mío, miedo mío.
Mentiroso como los pecadores,
ten valor, ten valor.
Intenta seducirme
con dinero, con gestos,
con tu gracia acuciante en las esquinas
buscando ese sombrío y fervoroso
beso,
ese abrazo sin goce,
la cama que separa, como el lino,
la caña de la fibra.
QUiero verte las lágrimas
aunque sean de sidra o vinagre,
nunca de miel doméstica.
Quiero verte las lágrimas
y quiero ver las mías,
estas de ahora, cuando te desprecio,
y te canto,
cuando te veo con tal claridad
que siento tu latido que me hiere,
me acosa, me susurra, y casi me domina
y me cura de ti, de ti, de ti.
Perdón, porque tú eres
Amigo mío, compañero mío.
Tú, viejo y maldito cómplice
¿El menos traicionero?

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