miércoles, 30 de junio de 2010

Juan Gelman - Las Bellas Compañías / Confianza


es muy común que un buitre me trabaje las entrañas no devorándolas sino más bien amándolas o como desgarrándolas para sacar a luz mis rostros últimos y míralos me dice mira lo que te comes animal me dice el bello buitre.



Qué imagen poderosa ¿no? El bello buitre mostrándote tus heces, tus miserables rostros interiores, tus débiles nociones. Con las reminiscencias del mito de Prometeo, intuyo que no hay peor castigo que el que puede infligirse uno desde el crudo conocimiento de uno mismo.




se sienta a la mesa y escribe
"con este poema no tomarás el poder" dice
"con estos versos no harás la Revolución" dice
"ni con miles de versos harás la Revolución" dice

y más: esos versos no han de servirle para
que peones maestros hacheros vivan mejor
coman mejor o él mismo coma viva mejor
ni para enamorar a una le servirán

no ganará plata con ellos
no entrará al cine gratis con ellos
no le darán ropa por ellos
no conseguirá tabaco o vino por ellos

ni papagayos ni bufandas ni barcos
ni toros ni paraguas conseguirá por ellos
si por ellos fuera la lluvia lo mojará
no alcanzará perdón o gracia por ellos

"con este poema no tomarás el poder" dice
"con estos versos no harás la Revolución" dice
"ni con miles de versos harás la Revolución" dice
se sienta a la mesa y escribe...


Y sin embargo... También intuyo que el bello buitre aprendió a leer, y en tardes grises y lluviosas como éstas, alejado de todo mal, lamenta su destino que entiende algo macabro, y se pregunta: por qué yo? No pongan en mí más de lo que hay en mí.

lunes, 28 de junio de 2010

Seis Soledades (Lihn)

1

La soledad sin pausa de la que otros beben
a la hora del cocktail
no es mi vaso es mi tumba, me la llevo a los labios,
braceo en ella hasta perderme de vista
entre su oleaje mórbido.
La soledad no es mi canario es mi monstruo
como si cohabitara con un asilo de locos.


2

Virgen, seria falso si no te lo dijera:
un corazón se come o se rechaza,
no es ni un jarrón con flores ni un poema.
Cerca estuviste, cerca de alcanzarme
pero te faltó el cuerpo.
Mi corazón no puede dejarlo en tu cajita
junto con los aretes y las fotografías.
Ya te regalarán uno mejor.



3

En pie de guerra todo, menos yo.
Ama de casa en pie de guerra
contra la rata que la invade,
niños en pie de su futuro, con una guerra por delante,
hombres al pie del pie de guerra con insignias y proclamas.
Menos yo en pie de qué,
en pie de poesía, en pie de nada.


4

Vivir del otro lado de la mujer
me refiero a esta especie de suicidio
borde la locura,
y, por una razón u otra, pasa el tiempo
como diría el poeta, sin ella.
Aquí en esta ciudad, en un panal de vidrio,
en mi celdilla hermética
robo a la angustia horas de mi razón, muriéndome
en el trabajo estéril del poeta,
en su impotencia laboriosa.
Sin mujer, con espanto, laborioso.


5

Junto a una virgen que me da a beber
de su dulzura hasta el enervamiento,
fruto de cera, tropicales:
el amor casi a imagen
y semejanza de lo que sería,
pero muñeco, en realidad, parlante,
y un peligroso juego
de no inflamarse en frutos verdaderos.
Castigo: la impotencia, los errores sexuales,
la tristeza, el deseo de morir.


6

Las mujeres
imbuidas de todo lo que existe
bueno o malo, no importa.
Grandes esponjas acomodaticias.
Ellas que son mi gran resentimiento
mi secreción de rencorosas glándulas,
mi pan, mi soledad de cada dia.

jueves, 3 de junio de 2010

ELEGÍA INTERRUMPIDA

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse...
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al que se fue por unas horas
y nadie sabe en qué silencio entró.
De sobremesa, cada noche,
la pausa sin color que da al vacío
o la frase sin fin que cuelga a medias
del hilo de la araña del silencio
abren un corredor para el que vuelve:
suenan sus pasos, sube, se detiene...
Y alguien entre nosotros se levanta
y cierra bien la puerta.
Pero él, allá del otro lado, insiste.
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
vaga entre los bostezos, las afueras.
Aunque cerremos puertas, él insiste.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora?
Su silencio es espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de sus errores.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
El pensamiento disipado, el acto
disipado, los nombres esparcidos
(lagunas, zonas nulas, hoyos
que escarba terca la memoria),
la dispersión de los encuentros,
el yo, su guiño abstracto, compartido
siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
el deseo y sus máscaras, la víbora
enterrada, las lentas erosiones,
la espera, el miedo, el acto
y su reverso: en mí se obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
beber el agua que les fue negada.
Pero no hay agua ya, todo está seco,
no sabe el pan, la fruta amarga,
amor domesticado, masticado,
en jaulas de barrotes invisibles
mono onanista y perra amaestrada,
lo que devoras te devora,
tu víctima también es tu verdugo.
Montón de días muertos, arrugados
periódicos, y noches descorchadas
y amaneceres, corbata, nudo corredizo:
—saluda al sol, araña, no seas rencorosa...—

Es un desierto circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío

Cantata al miedo. Claudio Rodríguez

Es el tiempo, es el miedo
los que más nos enseñan
nuestra miseria y nuestra riqueza.
Miedo encima de un cuerpo,
miedo a perderlo
el miedo boca a boca.
Miedo al ver esta tierra
vieja y rojiza, como tantas veces,
metiendo en ella el ritmo de mi vida,
desandando lo andado,
desde Logroño a Burgos. Para que no huya,
para que no descance y no me atreva
a declarar mi amor palpable, para
que ahora no huela
el estremecimiento, que es casi inocencia,
del humo de esas hogueras de otoño,
vienes tú. Miedo mío, amigo mío,
con tu boca cerrada,
con tus manos tan acariciadoras,
con tu modo de andar emocionado,
enamorado, como si te arrimaras
en vez de irte.
Quiero verte la cara,
con tu nariz lasciva,
y tu frente serena, sin arrugas,
agua rebelde y fría
y tus estrechos ojos muy negros y redondos,
como la gentes de estas tierras.
Pequeña de estatura, como todos los santos,
algo caído de hombros y menudo
de voz, de brazos cortos, infantiles, zurdo,
con traje a rayas, siempre muy de domingo,
de milagrosos gestos y de manos
de tamaño voraz.
Que importa tu figura
si estás conmigo ahora respirando, temblando
con el viento este.
Y es que en él hallaríamos el suspiro inocente,
el poderío de sensaciones,
la cosecha de la alegría, junto a la
del desaliento.
Es el miedo, es el miedo.
Ciego guiando a otro ciego.
Miedo que es el origen de la desconfianza,
de la maldad, pérdida de la fé.
Burla y almena. Sí, la peor cuña:
la de la misma madera. Mas también es arcilla
mejorando la tierra.
Coge este vaso de agua y en él lo sentirás
porque el agua da miedo al contemplarla,
sobre todo al beberla, tan secilla
y temerosa, y misteriosa, y nueva, siempre.
Toca este cuerpo de mujer, y
temblarás, al besarlo sobre todo,
porque el cuerpo da miedo al contemplarlo
y más aún si se le ama, por tan desconocido
y aún más si se entra en él y en él se oye
la disciplina de las estrellas,
ahí, en el sobaco sudoroso,
en los lunares centelleantes junto
al sexo.
Abre esa puerta, ciérrala;
ahí, en sus goznes, hallarás tu vida
que hoy es audacia y no,
como otras veces, cobardía ante
el estéril recuerdo y el olvido,
tan adulador.
Anda por esas calles
cuando está amaneciendo y cuando el viento
presagia lluvia, muy acompañado
de esta grisácea luz pobre de miembros
y que aún nos sobrecoge
y da profundidad a la respiración.
¿Nunca secará el sol
lo que siempre pusimos al aire:
nuestro miedo, nuestro pequeño amor?
Tan poderoso como la esperanza
o el recuerdo, es el miedo,
no sé si oscuro o luminoso, pero
nivelado, aplomado y remontando
nuestra vida.
Vamos, amigo mío, miedo mío.
Mentiroso como los pecadores,
ten valor, ten valor.
Intenta seducirme
con dinero, con gestos,
con tu gracia acuciante en las esquinas
buscando ese sombrío y fervoroso
beso,
ese abrazo sin goce,
la cama que separa, como el lino,
la caña de la fibra.
QUiero verte las lágrimas
aunque sean de sidra o vinagre,
nunca de miel doméstica.
Quiero verte las lágrimas
y quiero ver las mías,
estas de ahora, cuando te desprecio,
y te canto,
cuando te veo con tal claridad
que siento tu latido que me hiere,
me acosa, me susurra, y casi me domina
y me cura de ti, de ti, de ti.
Perdón, porque tú eres
Amigo mío, compañero mío.
Tú, viejo y maldito cómplice
¿El menos traicionero?